Desde su taller y con su último gran proyecto recién terminado –el libro “Antes + después = ahora”, que incluye un completo recorrido por toda su carrera artística y está a punto de salir de la imprenta.
“Estamos tarde”, dice Hernán Gana al mismo tiempo que se agacha a observar con detención un rosal de su jardín que es urgente trasplantar para que los amigos de su hijo no lo destruyan a punta de pelotazos. Es 21 de octubre y hay 28 grados de calor, efectivamente es tarde para ese tipo de tareas, “pero si no lo saco de aquí, no va a durar ni dos días más”, comenta y empieza a caminar por el pasto hacia una estructura separada de la casa que está rodeada de arbustos, flores y árboles que denotan un cuidado único. “Ese es mi nuevo taller. Lo tuve que construir en plena pandemia para poder trabajar en la casa cuando nos encerraron a todos”, advierte.
El espacio es amplio, moderno y acogedor. En las dos paredes principales cuelgan telas en pleno proceso de elaboración y al frente, sobre un largo mesón, hay grabados, pinceles, una caja abierta de té Earl Grey y un cerro de impresiones a color con anotaciones al margen. A simple vista se puede deducir que se trata de las pruebas de su libro: “Antes + después = ahora”, que incluye un completo recorrido por sus 30 años de carrera artística y que está a pocos días de salir de la imprenta. “Llevaba mucho tiempo pensando cuándo sería el momento apropiado para publicar un libro. Y a mediados de este año, justo después de inaugurar mi exposición “Déficit” en la galería Animal sentí que quizás ahora era el minuto. Fue bien intenso, porque lo sacamos en cuatro meses, pero estoy muy contento con el resultado”, advierte el artista.
–No debe haber sido fácil la recopilación de 30 años de trabajo artístico…
–Nada de fácil. Sobre todo, porque tuve que volver a mis orígenes en la pintura; a etapas que hace mucho tiempo tengo cerradas.
–Retomemos esos orígenes… ¿Cómo fue que partiste pintando?
–Fue un accidente. Tenía 19 años, estudiaba arquitectura en la Universidad Central y había decidido cambiarme al año siguiente a la Universidad Finis Terrae, entonces quedé con seis meses de libertad para hacer lo que quisiera. Un día, escarbando en las repisas de mi hermano Antonio, encontré unos óleos viejos y unos pinceles. Hice un par de cuadros figurativos para saber cómo se ocupaba el óleo, pero en algún momento se me deformó lo que estaba pintando y me di cuenta de que había algo mucho más interesante en esta deformación de la figuración. Terminé pintando una atmósfera no muy reconocible, quizás con la influencia de Matta en el tema del espacio; de las atmósferas espaciales.
En ese entonces, Hernán Gana (52), casado con Ximena Jünemann y padre de Elisa, Lucía y Hernán, vivía con sus padres: Arturo Gana y Carmen Rosa de Landa, pero como era el menor de nueve hermanos y los mayores estaban casi todos casados, pasaba mucho tiempo solo en la casa. Y durante esos seis meses de libertad se dedicó a experimentar sobre la tela. “Jamás pensé que iba a ser artista. Yo pintaba”, recuerda.
–¿Cuándo te diste cuenta de que el arte había que tomarlo en serio?
–Quizás cuando hice mis primeras exposiciones. En el instituto Cultural de Providencia en 1991 y en la galería Plástica Nueva de Isabel Aninat en 1992 y 1995. Todavía estaba estudiando arquitectura, pero tenía muy claro que necesitaba perfeccionar mi técnica; aprender a pintar. Sentía que había hecho el camino inverso. Lo normal es que un artista aprenda a pintar y después exponga. Lo mío fue al revés. Entonces, para mí era fundamental mejorar mi técnica.
–Por eso te inscribiste en el School of Visual Arts en Nueva York.
–Me titulé de arquitecto, que era una promesa que le había hecho a mi papá, y me fui a Nueva York a aprender a pintar y a conocer el arte en vivo y en directo. Visitaba muy seguido el Metropolitan para ver los cuadros clásicos. Necesitaba analizar cómo se hacían. No andaba detrás de la vanguardia. De hecho, no entendía tanto el arte contemporáneo; no era lo que me interesaba. Estuve un año completo allá, dedicado al arte.
–¿Qué pasó cuando volviste a Chile?
–Hice una exposición en la Galería A.M.S. Marlborough, en 1997, que tuvo súper buen recibimiento. Lo que hice ahí fue poner objetos en contextos distintos, buscando una temática prestablecida. En ‘Autorretrato’ puedes ver la arquitectura y la pintura en paralelo; los cuadros de los volantines tienen un tema con la libertad y con lo que me estaba pasando… En esa exposición también estaba el cuadro “10 de febrero. Descansar” que hice en homenaje a mi papá que había muerto hace muy poco.
–¿Se podría decir que el éxito de esa exposición te sirvió para lanzarte de frentón en esta carrera?
–Puede ser… Me entregó mucha seguridad. De hecho, después de eso me casé y volví a Nueva York a estudiar grabado al Parsons School of Design. Estuvimos un año allá con la Ximena y aprovechamos de viajar. Fuimos a Alemania y conocimos Berlín desde una perspectiva no-turística. Eso me marcó mucho y fue la inspiración de mi siguiente exposición: “Fachada”. Era un trabajo muy distinto al anterior, donde quise expresar lo que sentí cuando visité ese Berlín pos caída del muro. Se respiraba una sensación del antes y el después; de reconstrucción física y emocional de un país en un contexto de Guerra Fría. En estos cuadros hay un relato sobre el silencio que había en el ambiente. No hay profundidad, pero creo una historia a partir de una foto.
–¿En qué momento aparecen los paisajes?
–Cuando nació mi primera hija. La Elisa. En ese momento era el acontecimiento más importante de mi vida y me llevó a tomar una postura más contemplativa de lo que nos rodea, del regalo de Dios. En esa etapa me dediqué a pintar bordes urbanos, es decir, lo que estaba donde terminaba la ciudad y más allá; donde empiezan los espinos.
–Luego aparecen los paisajes con código de barras.
–Eso fue después, cuando me dediqué a hacerle seguimiento a terrenos que habían sido vendidos para ser explotados. Ahí aparece el código de barras, porque lo más probable es que no haya ningún lugar en el mundo que no tenga un dueño y un precio. Algunos de esos cuadros incluyen planos de lo que se va a construir en los terrenos. Aquí también hay un juego que se podría traducir como mi vuelta a la arquitectura desde el mundo urbanista.
–Una vuelta que también se ve en los cuadros inspirados en torres de departamentos.
–Después de los paisajes necesitaba un quiebre y surge la muestra “Sociedad Anónima”, que hice en 2008 en la Galería Animal. Reemplacé los entornos rurales por la fachada de las Torres de Tajamar, de la oficina Bresciani, Valdés, Castillo y García-Huidobro. Los primeros cuadros se enfocaban en lo exterior, pero después se me ocurrió que podían empezar a pasar cosas; atisbos de la vida interior que hay en cada departamento. De hecho, retomé varias de estas obras en la pandemia, ya que comencé a imaginar cómo transcurrían las vidas de estos habitantes en los meses de encierro. Por eso, desde el voyerismo, los cuadros más actuales tienen más descripción.
–Luego, el artista-arquitecto vuelve al urbanismo con los cuadros de las carreteras, de la muestra “Punto sin retorno”.
–Eso tiene que ver con un tema súper personal. Había cumplido 42 años, estaba casado y tenía tres hijos. Y algunos amigos me contaban todo tipo de aventuras en el sudeste asiático, entre otros lugares. Todo con plena libertad, sin mayores responsabilidades. Yo, en cambio, estaba en un punto sin retorno. Se me ocurrió plasmar eso y le pedí prestadas tres fotos aéreas a Guy Wenborne del nudo vial de la Costanera Norte con la carretera norte-sur. Los primeros cuadros son una analogía del sistema circulatorio del cuerpo humano. Después empecé a usar la carretera como una excusa para jugar con experimentos plásticos. Juegos que no eran tan divertidos: el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, el triunfo del hombre sobre la naturaleza, la negación de la ciudad por parte de las carreteras, entre otros.
–Tu afán por el cambio se puede ver también en tu siguiente exposición: Snowden’s Landscapes, inspirada en un hecho muy ajeno a la realidad chilena.
–En 2013 se publicó en todos los medios que Edward Snowden, un empleado de la National Security Agency de Estados Unidos, había revelado información sobre los programas de vigilancia masiva que tenía ese país en todas partes del mundo. Me llamó la atención porque pasó a ser héroe y villano a la vez. Un traidor para el gobierno de Estados Unidos porque había revelado información confidencial, y héroe porque le dijo al mundo entero que todos estamos siendo vigilados. Lo paradójico es que Snowden termina asilado en Rusia y su apellido era lo que le estaba pasando. “Den” significa “madriguera” en inglés. “Snowden” era “madriguera de nieve”, lo que me llevó a pensar en espacios relacionados al placer, pero que en un entorno nevado, gélido, se convierten en algo inhóspito. Tenía que mostrar su exilio y generar situaciones incómodas, y la nieve ayuda a impregnar de incomodidad ciertos lugares.
Dos importantes exposiciones son las que marcan la etapa más reciente en la trayectoria de Hernán Gana: “Homeland in my mind”, que se llevó a cabo en San Francisco, Estados Unidos, en 2017, y “Déficit”, realizada en la Galería Animal en agosto de 2021 en Santiago. La primera fue una iniciativa del coleccionista y gestor estadounidense Mark Bernekow, se expuso en el Pacific Heritage Museum y fue una muestra conjunta de la obra de Hernán Gana con la del gran maestro chino Hou Beiren, quien con 105 años de edad continúa creando. “Es una leyenda. Y no solo en su país”, cuenta Hernán.
–¿Qué es lo que más rescatas de esa experiencia?
–Fue muy interesante. Por un lado estaba Hou Beiren, maestro chino, quien plasma su paisaje natal en Estados Unidos, su nueva tierra. En el otro extremo estaba yo, con mi manera de ver y retratar el paisaje. Hou Beiren entra desde la poesía y la nostalgia. Y yo desde lo ambiental, considerando todo lo que está pasando en nuestro entorno. Cuando terminó la muestra, parte de esos cuadros los traje de vuelta a Chile y formaron parte de “Déficit”, mi última exposición.
–¿Por qué “Déficit”?
–Porque fue variada y difícil de encasillar, y porque el protagonista indiscutido fue el drama medioambiental y los desastres naturales que estamos viendo día a día producto del déficit hídrico, el calentamiento global y la depredación de la naturaleza, entre muchos otros temas.
–La experimentación también se puedo apreciar en “Déficit”, con elementos como frases pintadas, a modo de neón, en medio de paisajes típicos del sur.
–Siempre he buscado que los paisajes tengan algún elemento de contraste. En su momento usé el código de barras y las planimetrías arquitectónicas. Hace un tiempo iba pasando por el sur y había un almacén que tenía un letrero de neón en un entorno muy verde. Gráficamente lo encontré súper atractivo y sentí que era un medio para hablar de un trasfondo. En “Déficit” también incluí, por ejemplo, cuadros pintados con pintura spray cuyo origen viene de unos platos de porcelana que había en el campo de mi familia que tenían paisajes azules. Y es que tengo muchos puntos de partida inconclusos, que me abren el abanico para hacer diferentes cosas constantemente sin aburrirme.
–¿Los cuadros de incendios que tienes en tu taller son uno de esos puntos inconclusos?
–Esos cuadros están inspirados en atentados realizados por narcoterroristas disfrazados de defensores de una causa mapuche en la zona de la Araucanía. Pero el tema del fuego partió antes, cuando presencié, en 2009, el incendio de una casa familiar en el campo donde pasé gran parte de mi niñez y juventud. Desde entonces es una temática presente.
–¿Qué piensas cuando miras hacia adelante?
–Que me falta mucho para hacer mi mejor obra. Siento que temática y técnicamente tengo más hambre que nunca. Por otro lado, a esta altura de la vida me interesa más ser una mejor persona que mejor artista, por eso me duele cuando veo una atmósfera en nuestro país en la cual a veces se siente el odio como motor del arte y el arte como motor de odio. Quisiera arrancar de eso.