“Creo, Presidente, y sin ser experto sino un ciudadano interesado en la historia e identidad de su propio país, que la Convención se está ‘pasando varios pueblos’, aunque habría que decir, en este caso, ‘varias naciones’”, señala en esta carta publicada en PAUTA, y que incluimos en esta sección estable de revista Socios.
Señor Presidente de la República:
Sentado en mi jardín y pensando en lo difícil que es autogobernarse todos los días, pienso en usted que debe despertar cada mañana recordando que gobierna un país. No me atrevo a darle consejos –¿qué autoridad podría tener yo para hacerlo?–, solo le recomiendo que lea mucho las Meditaciones de Marco Aurelio: él era mucho más joven que usted cuando el destino lo colocó al mando del Imperio Romano. La filosofía que aprendió muy joven de un maestro, Rústico, lo ayudó a sobrellevar las angustias y pesares propias del cargo. No era una filosofía teórica la de esa época, la de los estoicos, era un verdadero “arte de vivir”. Al joven emperador le tocaron pestes, inundaciones, guerras y logró gobernar bien el imperio, porque primero supo cuidar su “ciudadela interior”.
Usted está ahí donde está por la esperanza de millones que quieren una vida mejor y más digna. Me imagino lo abrumador que puede llegar a ser el sentir sobre sus hombros el peso de tantas expectativas y esperanzas. Mucha fuerza, mucha serenidad en esa tarea tan difícil y a la vez tan noble y, tal vez, en un cierto sentido, imposible. ¿Qué gobernante lleno de ilusiones no se ha sentido frustrado por no poder cumplir todo lo que pensó sería fácil de cambiar? Tal vez lo primero que debe hacer un gobernante es priorizar y humildemente aceptar que no va a poder realizar todo lo que soñó hacer. Ya que le gusta tanto la poesía de Enrique Lihn (poeta que usted y yo admiramos), tal vez valga la pena recordar esos versos del libro La Pieza Oscura que dicen: “Teníamos toda la vida por delante / lo mejor era no precipitarse”. Algo parecido le dijo Pepe Mujica (ese podría ser su propio Rústico) cuando en una conversación que tuvo con usted le recomendó ir a paso a paso para no desbarrancarse. Como verá, sin quererlo, ya le estoy dando consejos: lo siento, me es inevitable hacerlo, porque quiero que le vaya bien. Majaderías de viejo, tal vez.
Si yo fuera su asesor –mire qué patudo– y tuviera que ayudarle a pensar cuál sería una de las tareas prioritarias que usted no debiera descuidar, es la de contribuir a que la Convención Constitucional termine bien su tarea, armónicamente, proponiendo un texto constitucional que nos una a todos y no nos divida. Usted lo dijo mejor que como yo lo estoy diciendo: que no sea una Constitución “partisana”. Me voy a detener en un solo punto, si su paciencia y escaso tiempo se lo permite, que creo es fundamental dentro de la discusión constitucional: la de definición de Chile como un Estado plurinacional. Como usted es Presidente de Chile, un país que hasta ahora se ha entendido a sí mismo como una sola nación, creo que es importante que pueda escuchar otras opiniones que las que parecen estar primando en la deriva de esta definición tan crucial para nuestro futuro.
Este sea un tema sobre el que puede haber distintas y legítimas visiones que habría merecido una discusión profunda no solo al interior de la Convención. sino en el mundo intelectual y académico, una discusión en la que debieran haber participado, al menos, nuestros historiadores, y de todas las tendencias, pues la decisión final que se tome no puede hacerse en abstracto y sin conocimiento profundo de nuestra historia. En este tema, que tiene que ver con la pregunta ¿qué somos?, las concepciones abstractas o teóricas corren el riesgo de estar desencarnadas de la realidad existencial, antropológica de un país. Decir, de la noche a la mañana, que no somos una nación sino un mosaico de naciones, es borrar de un plumazo una historia vivida, luchada, construida a lo largo de tiempo, y sobre todo “sentida” por la amplia mayoría del pueblo, un pueblo profundamente patriótico (no patriotero) que entiende que Chile es una nación que debe reconocer y valorar su diversidad de pueblos originarios, pero que no entiende que esos pueblos sean “naciones” diversas a la nación Chile y que, por lo tanto, haya que deconstruir aquello que entendemos por “Chile” cuando decimos “Chile” y “¡Viva Chile!”. Ese grito que sale tan de adentro, en distintas ocasiones, y desde hace tanto tiempo, expresa un sentimiento que acompaña a la idea de Chile, país-nación. Desde muy temprano, los habitantes de este territorio se sintieron a sí mismos como una “nación”.
Chile, Presidente, no es solo un territorio ubicable en un mapa, Chile no es un crisol de naciones, sino de pueblos que, por lo demás, nunca han sido “naciones”, en el sentido estricto del concepto de “nación”. Incluso los tratados internacionales hablan de pueblos originarios, pero no de “naciones”. Basta revisar las definiciones que desde el derecho se ha hecho desde el siglo XIX de “nación”, para entender que este intento de concebir al pueblo mapuche, entre otros, como “nación”, es algo forzado y que no se corresponde con la realidad e historia de esos pueblos. Esto se parece más a una construcción de alguien que quiere dibujar un mapa, desconociendo el territorio que ese mapa quiere describir. La utopía de este Estado plurinacional ya está despertando rechazo instintivo de millones de chilenos, según lo muestran varias encuestas en que se pregunta si se está de acuerdo o no con el Estado plurinacional, y un porcentaje muy mayoritario contesta que “no”. ¿Acaso no “somos país, sino apenas paisaje”, como ironizara Nicanor Parra? ¿Apenas territorio que cobija muchas naciones, pero no nación unida, país unitario, el Chile que hemos aprendido, conocido, defendido y vivido hasta ahora?
Qué peligroso puede ser hacer experimentos deconstructivos como este, que no estén fundados en un amplio consenso de base y desvinculados de la realidad que pretenden representar. Que otros países, como Bolivia, hayan tomado otro derrotero, me parece respetable y creo que en ese caso el Estado plurinacional encarna mejor en la historia concreta de ese país, de mayoría de población indígena; no en este Chile mestizo, que debiera primero reconocer su mestizaje, y su carácter pluricultural, muy distinto de “plurinacional”. Creo, Presidente, y sin ser experto sino simplemente un ciudadano interesado en la historia e identidad de sus propio país, que, en este tema, la Convención se está “pasando varios pueblos”, aunque habría que decir, en este caso, “varias naciones”.
Supuestamente lo que se busca es reflejar la diversidad y pluralidad cultural de nuestro país: bueno, Presidente, usted debe saber que Chile ha sido desde siempre una nación plural, en cuyo seno han coexistido diversas realidades sociales, concepciones religiosas, lenguas, orígenes raciales, etcétera. Hay muchos aspectos que podrán mejorarse y reformarse para profundizar la inclusión de esa pluralidad y rica diversidad, pero partir de la falacia de que Chile no ha sido una nación plural y querer reemplazar esa historia por una incierta y discutible “plurinacionalidad” me parece, y no solo a mí, un despropósito; es más, una desmesura. Un “disparate”, diría mi abuela, con ese sentido común que tiene la gente común y corriente, a veces más sabia que quienes dicen representarlos, y que suelen sobregirarse más allá de lo que el mismo pueblo quiere.
Está bien y es entendible el entusiasmo de querer reformar y mejorar lo que debe ser transformado y desde luego valorar y proteger la identidad, cultura y derechos de pueblos postergados e invisibilizados por largo tiempo, pero aplicar teorías o conceptos abstractos que no encarnen en la realidad del país, hacer una camisa que no quede a medida o una camisa de fuerza, solo nos llevará a enredos, conflictos artificialmente creados; solo contribuirá a dividirnos y a perder lo laboriosamente construido y conquistado a través de siglos. Además, la idea de nación que enarbolan algunos constituyentes aplicada a los pueblos originarios se acerca a una visión “esencialista” de la misma, esencialismo identitario que ha estado en la base de racismos e ideologías totalitarias. Lo del Estado plurinacional con autonomías territoriales, comunales, etcétera, es una caja de Pandora que puede desatar muchas pesadillas sobre nuestro largo y estrecho territorio, esta “finis terrae” que logró resistir los embates de la historia y la naturaleza por su autoconcepción como nación y Estado vertebrador.
Tal vez usted, Presidente, Presidente de todos los chilenos, podría conversar con los convencionales de su sector, para que intenten enmendar o moderar este experimento que solo nos puede conducir a nuestro debilitamiento y a nuestro extravío. No puede perder un país su propio centro. Una mayoría circunstancial no puede querer desdibujar el mapa del alma y el cuerpo de un país. Un país llamado Chile, llamado a ser lo que es y no otra cosa, un país que se construyó con mucho esfuerzo y se reconstruyó tantas veces después de desastres naturales colosales, un país que no puede ser deconstruido tan fácilmente como si se tratara de un artefacto cubista experimental y no una realidad orgánica, histórica y existencial.
Marco Aurelio en sus Meditaciones reflexionó sobre los peligros de gobernar desde la teoría y tratar de forzar la realidad para que calzara dentro de la teoría o una determinada visión ideológica. Dice: “¡Qué lamentables son esos pequeños hombrecillos que juegan a ser políticos, y, como se lo imaginan, tratan los asuntos de Estado como filósofos! ¡Mocosos! Haz lo que la Naturaleza te pide: ¡No esperes la República de Platón! ¡Pero estate contento si una pequeña cosa progresa y reflexiona sobre el hecho de que lo que resulta de esta pequeña cosa no es precisamente una pequeña cosa!”.
¡Qué gran enseñanza me parece esta, Presidente! Los constituyentes no pueden tener la pretensión de construir el Estado ideal, “la República de Platón”. No hay que inventar la rueda de nuevo. Una Constitución con pequeños pero significativos cambios posibles de hacer, al final tendrá mejores resultados que una Constitución maximalista, refundacional, que parece querer inventar un texto para un país que no existe, como dijera nuestro astrónomo el profesor José Maza.
No sé si esta carta llegará a sus manos, no sé si la leerá, no sé tampoco si algunos de los conceptos aquí vertidos tendrán algún eco en usted. Créame que la escribí porque quiero que usted pueda desarrollar su mandato no agregando más tempestades a las que de suyo conlleva la tarea de gobernar. Que a la energía de la juventud tan necesaria para una tarea tan colosal se le agregue la sabiduría y la prudencia que salvaron a Marco Aurelio. Le deseo esto por el aprecio que le tengo y por el amor a Chile.
Un abrazo fraterno desde mi jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.