“Que la pandemia que hemos superado sea reemplazada por una epidemia de sonrisas”, dice Cristián Warnken. “Que nos contagiemos de sonrisas”, señala en esta carta publicada en PAUTA; y que incluimos en esta sección estable de revista Socios.
Querida Beatriz:
No dejé de pensar en ti el día, en que, después de tres años, todos los rostros de este país pudieron liberarse de la mascarilla que nos ha impedido sonreír a otros o reír al aire libre, reír, sonreír.
Nos dejaste en la pandemia, nos privaste de tu mirada juguetona y vivaz, de tu sonrisa limpia y generosa. Me crucé contigo varias veces en estos años, y eras de las personas de las que lamentaba haber perdido la sonrisa; hay bocas que se rigidizan con los años en rictus, hay, otros en cambio (y ese es tu caso) que concentran en esa sonrisa todas las ganas de vivir, toda la alegría de ser que derrochabas en abundancia.
Me hubiera gustado, para celebrar esta liberación que coincide con el inicio de la primavera, abrazarte y, sobre todo detenerme en tu sonrisa, contemplarla, nutrirme de ella. En estos años en que me crucé contigo en el barrio en que fuimos vecinos –mis encuentros contigo se daban habitualmente cuando los dos íbamos a comprar el pan o las verduras– siempre te vi con mascarilla y tuve que aprender a imaginar tu sonrisa invisibilizada, desaparecida detrás de este velo que ya no deberemos llevar sobre nuestros cansados rostros sometidos.
Cierro los ojos y mi forma de celebrar esta liberación es recordar, y no olvidar, tu sonrisa, tan característica, que decía mucho más de ti que tus palabras, incluso que tu mirada.
El milagro de la sonrisa. Pienso en todo lo que esconde y guarda la sonrisa de la Gioconda, todo lo que no ha sido todavía develado y que hace que millones de visitantes del museo del Louvre vuelvan a hechizarse cuando se detienen frente a la pintura de Leonardo.
Esa sonrisa vale más que tratados de filosofía, más que discursos o declaraciones, es sonrisa dice y nos dice que lo que no pueden las palabras aprehender, tal vez lo indecible que nos separa a los seres humanos, y lo indecible que nos une. “La palabra es fuente de malos entendidos”, le dice la zorra al Principito de Antoine de Saint-Exupéry. La sonrisa, en cambio existe para tender puentes invisibles entre nuestras irredimibles soledades. ¿Qué sería de nosotros sin sonrisa? ¿Hay una fiesta más alegre que la de la sonrisa de los niños, esos niños que debieron guardar prisioneras sus sonrisas todos estos años por miedo a la peste? ¿Se ha hablado lo suficiente de esa otra peste, la de la incomunicación, la soledad, la involución afectiva que ha afectado a millones de niños y adolescentes estos años?
Hay pestes que matan el cuerpo, otras que matan el alma: esas dos las vivimos simultáneamente y todavía no sabemos bien los efectos devastadores de la segunda. Beatriz: pienso en ti hoy y en todas las Beatrices del mundo que tuvieron que esconder su sonrisa sanadora, sonrisa que nos llega inesperadamente un día que estamos tristes, sonrisa que nos devuelve la alegría sencilla de vivir, más que una prédica o un fármaco.
La sonrisaterapia debiera agregarse a la abrazoterapia. Un líder nos puede conquistar, más que por su programa político, por su sonrisa, sobre todo si adivinamos que esta es limpia y honesta, no un simulacro. Pienso en la sonrisa de Mandela, o en la de Gandhi. Pienso en la maravillosa sonrisa de Gabriela Mistral (aunque muchos prefieren mostrar sus fotos con el rostro serio).
Hubo hace mucho tiempo, una Beatriz, otra Beatriz, Beatrice Portinari, una muchacha que iba caminando una tarde por las calles de Florencia y que el azar (o el destino) hizo que se cruzara con otro muchacho, Dante Alighieri, ambos tenían trece años. Ella sonrió: el Dante no olvidaría nunca esa sonrisa, esa sonrisa cambiaría su vida. Conoció muchas mujeres, se casó, vivió el exilio, la fama, pero esa sonrisa nunca lo abandonó. Es más: dedicó toda su vida para descifrar el enigma que escondía esa sonrisa y por eso escribió “La Divina Comedia”. Nunca se tocaron ni siquiera un dedo, nunca se hablaron, pero bastó ese momento, la epifanía de una sonrisa para que el alma de Dante sufriera una conmoción que lo hizo descender al infierno, y luego ascender al Purgatorio y al Paraíso.
Dante se reencuentra en su propio poema con Beatriz (que ya había muerto hace años) que se le aparece como un ángel o “donna angelicata” (mujer angélica), que es como los poetas de la escuela del “Dolce Stil Novo” (a la cual perteneció el Dante) llamaban a sus musas. Y recorre una parte del Purgatorio con ella. Pero en el Paraíso, ella debe dejarlo, volver a las esferas celestes de donde vino a buscarlo.
La despedida es dolorosa y sublime a la vez. Él sabe que ella “desaparecerá” en la eternidad, pero antes decide improvisarle un poema… un poema de homenaje a la mujer que –en sus propias palabras– lo había “liberado” (“tú , desde la esclavitud, me has traído a la libertad”, le dice en ese poema). Beatriz lo escucha y ella –dice Dante: “sorrise e riguardommi/poi si tornó a la eterna fontana”, que significa “sonrió y me miró, y después se volvió a la eterna fuente”. ¡Qué momento ese! Ella no le responde, no le dice “adiós”, no, simplemente le sonríe, como le había sonreído una tarde de mil doscientos y tantos, la primera vez que se vieron.
Se conocieron por una sonrisa, se despidieron para siempre con otra sonrisa. Si Beatriz hubiera dicho algo, tal vez habría arruinado ese momento; su manera más delicada y profunda de despedirse, de alma a alma, fue sonreír.
Yo, Beatriz, vecina mía, digo que tu sonrisa era más joven (a pesar de tu edad) que la de muchas mujeres jóvenes. No pude despedirme de ti y recibir tu sonrisa como regalo de adiós. Me imagino que cuando la muerte vino a buscarte, le sonreíste: ¡Cómo habrás desarmado a la Muerte con esa, tu limpia y sabia sonrisa! Ahora que volveremos a encontrarnos en las esquinas de nuestras ciudades mirándonos a la cara y sonriendo, pienso que muchas Beatrices y Dantes podrán encontrarse y saludarse y que muchas historias se tejerán desde ese intercambio de sonrisas.
Nuestro deber con los que se fueron en esta pandemia, como tú, Beatriz, es regalarnos unos a otros nuestras sonrisas. Estamos sedientos de sonrisas a rostro descubierto. Demasiados años sin ellas. Nuestro país, además (tan crispado que está) lo necesita urgentemente.
Que cada uno de nosotros nos impongamos a nosotros mismos recuperar la cordialidad y sobre todo, la sonrisa, la puerta de la cordialidad más honda que nace del corazón y no de la cabeza. Por algo “cordialidad” incluye la palabra “cor”, en latín, corazón. Que la pandemia que hemos superado sea reemplazada por una epidemia de sonrisas. Que nos contagiemos de sonrisas. Beatriz, querida vecina: echaré mucho de menos tu sonrisa, pero iré a la búsqueda de otras, millones de sonrisas nos esperan desde hoy, sonrisas gratuitas, lámparas en la noche; y en cada una de ellas, anónimas, estoy seguro reencontraré la tuya, la luz de tu sonrisa.
Un abrazo desde mi jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.