“El alma de Chile también tiene música y poesía: ‘Puro Chile es tu cielo azulado / puras brisas te cruzan también’. La pureza de esos cielos del norte, de esas brisas y vientos del sur la han cantado los poetas Neruda, Mistral y tantos otros”.
*Antes de leer la carta que publicamos a continuación es importante dejar claro que esta edición de revista Socios se encontraba en pleno proceso de impresión el fin de semana del Plebiscito. Por lo mismo, este texto fue escrito días antes de la votación y se refiere al Plebiscito como un evento que está aún por ocurrir. Pese a ello, quisimos incluirlo en estas páginas debido a que el mensaje principal apunta a nuestra identidad como chilenos y a la importancia de aprender a escucharnos; algo que no es exclusivo de ningún evento en particular.
No conozco los nombres de cada uno de ustedes, pero tengo viva la imagen de ese día en que no pudieron interpretar el himno nacional, el día de la instalación de la Convención Constituyente el 4 de junio de 2021.
Nunca antes de ese día, había visto un agravio tan grande a nuestro himno nacional, a nuestras formas republicanas y a nuestros niños y jóvenes que han encontrado en la música un camino de superación, desarrollo y esperanza. Pensé en un escritor francés, que alguna vez habló del “odio a la música”. ¿Se puede odiar la música, se puede odiar a la belleza? Recordé el proyecto de las orquestas juveniles y sentí que algo muy profundo se quebraba o trizaba ese día en el alma de Chile.
¿El alma de Chile? Sí, el alma de Chile existe, por mucho que algunos discursos deconstructivistas hoy en boga quieran negarlo o borrarlo y esa alma es muy delicada y frágil. Requiere cuidado, protección y cultivo. “Solo conoce Chile quien lo ha perdido”, dijo el sacerdote jesuita Manuel Lacunza, teólogo eminente y escritor, en el exilio en Italia, con desgarrada nostalgia por el agua de cordillera pura que quería beber, por el olor y el gesto de un guiso que alguien le preparó cuando niño en Chile, quizás pensando en el aire y la luz de un paisaje para el irremisiblemente perdido en la lejanía. Son los olores, sabores, sensaciones que absorbemos en nuestra primera infancia y que nos hacen amar y querer regresar siempre al lugar de donde venimos.
Y el alma de Chile también tiene música y poesía: “Puro Chile es tu cielo azulado / puras brisas te cruzan también”. La pureza de esos cielos del norte, de esas brisas y vientos del sur la han cantado los poetas Neruda, Mistral y tantos otros. No es pura patriotería o chauvinismo vacío, es un sentimiento profundo en los niños cuya infancia ha sido templada por el paisaje y por eso no debiera decir el escudo nacional sólo “por la razón”, sino también “por el sentimiento”.
“Lo que ha podido el sentimiento / no la podido el saber / ni el más ancho pensamiento”, dijo Violeta Parra. Por eso, cuando asistimos a ese triste espectáculo de convencionales vociferantes tapando la música de esa orquesta juvenil, impidiendo que la música del alma de un país imprimiera solemnidad y emoción a ese rito republicano, esa fue la primera falla, la primera grieta de una esperanza (en la Convención) que comenzó a trizarse ese mismo día.
Nada bueno o razonable del país podía salir de un lugar donde primó la cancelación sobre el diálogo, el grito sobre la palabra, el slogan sobre el razonamiento, el espíritu partisano sobre el espíritu de unidad nacional, la rabia sobre la música.
Una vez que termine este proceso constituyente, después del día del plebiscito de salida, Chile tiene que iniciar un proceso profundo de sanación colectiva. Ese proceso parte, antes que nada, por la escucha, el oír es uno de los sentidos más significativos en nuestra aprehensión de la realidad, los griegos lo sabían y sabían que la música es fundamental para la “eudaimonía” (que significa “vida nueva” pero también “florecimiento humano”).
Chile necesita encontrar su propia “eudaimonía”, su “vida nueva”. Reaprender a escucharnos unos a otros, para luego volver a escuchar la música profunda de lo que nos une. Ese 4 de junio de 2021 no pudimos escucharlos a ustedes, jóvenes intérpretes, los instrumentos de una música fallida. Los adultos dieron un triste espectáculo ese día. La convención partió sin música. Ni música ni palabra común, gritos. Los gestos primeros en los orígenes de cualquier institución o creación humana marcan mucho lo que sigue. En los “Upanishads”, textos sagrado de los hindúes, se dice que en el comienzo estaba la sílaba “Om”. Tenemos que encontrar con urgencia nuestro “Om” perdido. “En el principio era el verbo”, dice San Juan.
¿Cuál es el verbo de Chile? Tenemos que sanar también el lenguaje, reencontrar nuestro “logos”. Tenemos que empezar de nuevo, todas las veces que sea necesario, hay que afinar nuestros instrumentos, pulir nuestras voces, tenemos que hacer vibrar nuestras sílabas mágicas, como el “iiiiii..aaaaa…oooooo uuuu” del final del poema Altazor de Huidobro, pero a la inversa.
En ese extraordinario poema el lenguaje se desintegra, y solo quedan al final sonidos flotando en la página en blanco. Tenemos que ir a la búsqueda de los primeros sonidos para integrar, unir y formar sílabas, después sintagmas y después un himno común, “el canto de todos que es mi propio canto”.
Como en un jardín de infantes, aprender todo de nuevo. Me imagino que esa noche del 4 de septiembre, cualquiera sea el resultado, en los dos comandos, del Apruebo y del Rechazo, haya una orquesta de niños y que en vez de discursos grandilocuentes y fervorosos, solo se escuche nuestro himno nacional. Que nos callemos los adultos y escuchemos a los niños y jóvenes dar la primera nota de lo que tiene que venir. Y que escuchemos eso en profundo y reverencial silencio.
En la música es más fácil encontrar nuestro propio silencio. Que de ese silencio y esa música, comience a brotar la paz. Chile necesita paz. La violencia no puede ganarnos ni devastarnos. Ni la intolerancia ni el fanatismo ni el griterío. No importa lo que hayamos votado esa noche del 4 de septiembre. Tú eres del Apruebo, yo soy del Rechazo, ahora nos toca reencontrar la sílaba y sonido común, te propongo que nos reunamos en torno a una orquesta de jóvenes y niños.
Un país es como una orquesta: cada instrumento importa. Músicos judíos y palestinos en conciertos musicales y orquestas integradas, nos han mostrado que es posible el reencuentro cuando ponemos lo esencial en el centro. No es con puras negociaciones (por supuesto necesarias) como nos reencontraremos. Lo primero, lo más urgente es la escucha de los unos con los otros. Y volver a tocar juntos. Para eso, como dicen en el campo es necesario “parar la oreja”. Pero no basta sólo con “oír”, el paso siguiente es “escuchar”.
¿Estamos listos? ¡Silencio en la sala! Ya, niños, músicos, terminó esta carta, un poco larga: lo anterior sólo fue un ensayo, ahora sí pueden empezar…
Un abrazo desde mi jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.